Tragedia en la Laguna Negra: Un Vistazo al Curanderismo Peruano

27/06/2025

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La serena pero mística Laguna Negra, en la provincia de Huancabamba, Piura, se convirtió recientemente en el escenario de un lamentable suceso que ha conmocionado a la comunidad. Dos hombres, un respetado maestro curandero y su paciente, perdieron la vida ahogados durante lo que se describe como una ceremonia tradicional de florecimiento. Este trágico incidente no solo subraya los peligros inherentes a ciertas prácticas ancestrales en entornos naturales, sino que también nos invita a reflexionar sobre la profunda y compleja tradición del curanderismo en el Perú, una práctica que ha perdurado por siglos, entrelazando la salud, la espiritualidad y la cosmovisión andina.

El fatal desenlace tuvo como protagonistas a Beimar Guevara, un reconocido maestro curandero, y a Yimi Neyra, su paciente, ambos oriundos del caserío de Jacocha. Los reportes indican que la tragedia ocurrió cuando el paciente comenzó a ahogarse y el curandero, en un acto heroico, se lanzó al agua para intentar salvarlo. Sin embargo, la fuerza de las intensas corrientes de la Laguna Negra los arrastró a ambos, alejándolos de la orilla y dificultando enormemente las labores de rescate. La Laguna Negra, un lugar venerado por sus supuestas propiedades místicas y curativas, se transformó inesperadamente en un lugar de luto y preocupación para los pobladores locales, quienes, al conocer la noticia, se movilizaron para alertar a las autoridades y colaborar en la recuperación de los cuerpos. Este doloroso suceso no es un hecho aislado, y ha llevado a un llamado urgente para investigar las circunstancias y reforzar la seguridad en este tipo de lugares, tan significativos para las prácticas espirituales de la región.

Índice de Contenido

El Legado Ancestral: ¿Quiénes Eran los Curanderos en el Inkario?

Para comprender la magnitud de la figura de un maestro curandero en el Perú, es fundamental remontarse a los tiempos del Tawantinsuyu, donde la espiritualidad y la medicina estaban intrínsecamente ligadas. El puesto más elevado dentro del sacerdocio incaico era el del Willac Umu, un término que combinaba lo sagrado (Willka) con la figura del adivino o hechicero (Umu). Este líder espiritual era nombrado directamente por el Inka y se le atribuía la máxima autoridad en todas las actividades religiosas del imperio.

La vida de un Willac Umu estaba marcada por una estricta disciplina y santidad: una dieta frugal, abstinencia total de carne, bebidas alcohólicas y vida sexual, viviendo la mayor parte del año en reclusión. Presidía las grandes festividades religiosas, rodeado por una hueste organizada de ayudantes, generalmente del linaje de los Tarpuntaes. Estos últimos eran designados por el propio Willac Umu para ejercer su poder y autoridad en los centros poblados más importantes del Tawantinsuyu, cada uno encabezado por un sacerdote-curandero.

Los curanderos incaicos eran personas de gran estima y respeto en la comunidad, fácilmente reconocibles por su distintiva apariencia: cabellos largos y bien peinados, una túnica blanca de algodón y una capa parda anudada al hombro, adornada con borlas de lana de colores. En las festividades oficiales, se pintaban el rostro de negro y proclamaban las verdades de la religión del sol, siendo los intermediarios clave en las comunicaciones con el sol, la luna y las estrellas, las principales deidades incaicas. Sus ceremonias estaban ligadas a eventos políticos, agrícolas, climatológicos y otras circunstancias económicas del Estado.

Las crónicas españolas, aunque a veces prejuiciosas, nos ofrecen un acercamiento a la diversidad de roles y nombres de estos sanadores y guías espirituales:

  • Ccamascas y Sonccocoyoc: Los primeros eran curanderos en sentido amplio, mientras que los segundos eran considerados “inspirados”, aquellos que curaban con el corazón. Ambos adquirían sus conocimientos a través de secretos y métodos sobrenaturales, a menudo transmitidos dentro de la misma familia, y nunca iniciaban una curación sin hacer ofrendas y sacrificios a los dioses, practicando una medicina profundamente mágica.
  • Allcos: Eran sacerdotes que consultaban a deidades menores o al dios personal del enfermo, el Conopa, utilizando redes de cascabeles o campanas de cobre para invocar la presencia divina y recibir respuestas crípticas sobre la salud del paciente.
  • Mosccoc: Los “soñadores”, quienes adivinaban y diagnosticaban a través de la interpretación de los sueños.
  • Ayatupuc: Aquellos que tenían la capacidad de comunicarse directamente con los muertos.
  • Hechecoc: Diagnosticaban enfermedades tras ingerir diversas cantidades de tabaco y coca.
  • Caviacoc: Recurrían a la ingestión de bebidas alcohólicas para inducir un estado de trance que les permitía diagnosticar la afección.
  • Hachus: Realizaban pases mágicos utilizando granos de maíz y excrementos de animales.
  • Virapiricos: Obtenían información mágica estudiando el humo producido por la incineración de grasa de llama.
  • Calparicuc: Practicaban la Calpa (conocida hoy como jubeo o kuyhuachay), una actividad mayormente femenina que implicaba pasar un cuy (conejillo de Indias) sobre el cuerpo del paciente y luego examinar las entrañas del animal para determinar la enfermedad.
  • Ichuris: Derivados de “Ichu”, una grama sagrada de las punas andinas. Eran considerados personas santas, esenciales para el bienestar individual y comunitario, ya que eran los únicos que podían perdonar pecados. La enfermedad se interpretaba como un castigo divino, y la salud se asociaba directamente con un estado de gracia obtenido mediante la confesión ante el Ichuri. La persona enferma confesaba sus crímenes y vicios en un lugar secreto, y el Ichuri realizaba pases mágicos con un manojo de ichu, que luego era arrojado a un río para que se llevara los pecados y sus efectos adversos. Fernando Cabieses sugiere que esta confesión, aunque no siempre curativa físicamente, servía como una catarsis mental, previniendo síntomas psicosomáticos.
  • Guacaues: Descritos como “médicos filósofos” por el cronista Murúa en 1590, vivían desnudos en soledad, estudiando ciencias divinas y filosofía. Miraban fijamente el sol para leer los secretos de la humanidad y soportaban extremos climáticos sin sentir dolor, buscando únicamente las razones de la naturaleza.

Es importante señalar que los cronistas españoles a menudo confundían técnicas curativas con profesiones, creando categorías que no siempre reflejaban la realidad. Fernando Cabieses, un destacado médico peruano, sugiere que lo común era que los sacerdotes fuesen al mismo tiempo confesores, curanderos y hechiceros, manejando fuerzas físicas, elementos biológicos, fuerzas psíquicas y pensamientos filosóficos y religiosos. Esta visión integrada es clave para entender la figura del Maestro-Curandero.

Jerarquías y Saberes: Un Vistazo al Mundo Curanderil Peruano

El mundo del curanderismo en Perú, y en gran parte de América Latina, posee una compleja estructura jerárquica que define las funciones y el poder de sus practicantes. Basándonos en los trabajos de Lupe Camino (1992), podemos distinguir los siguientes niveles:

CategoríaDescripción y Funciones
Curanderos Mayores (Maestros, Magos, Brujos, Cirujanos)Son la cúspide de la jerarquía. Manejan enteógenos para proyectarse a una “cuarta dimensión” o “mundo oculto”, permitiéndoles ver el futuro, el pasado y comunicarse con entidades celestes y espíritus. Aquí se incluyen los maleros o Layqa, practicantes de magia negra, cuyos poderes provienen de pactos con fuerzas negativas, pero cuya sabiduría no supera la de los Maestros-Curanderos. Guardan celosamente sus secretos y poderes, aprendidos a lo largo de años como asistentes.
Curanderos Menores (Herbolarios y Cayperos)Tienen un profundo conocimiento y manejo de las plantas maestras y sus potencialidades. Los herbolarios recolectan, venden y cultivan plantas medicinales, administrando tratamientos y proveyendo especies a los Maestros-Curanderos. Los Cayperos practican la antigua forma de curación y adivinación con el cuy, analizando sus entrañas para diagnosticar enfermedades y problemas personales, sexuales o de carácter.
Parteras (Comadronas)Asisten en alumbramientos, salud femenina, fertilidad y abortos. Realizan partos tradicionales en las viviendas, a menudo con la asistencia del marido. Utilizan brebajes como el “gloriado” y emplastos para facilitar el parto, y cuidan a la madre y al recién nacido con prácticas ancestrales, como el corte del cordón umbilical con carrizo quemado para evitar enfermedades. Si la parturienta muere, la partera asume la crianza del niño.
CuriososPersonas que curan con plantas a nivel doméstico, rezan por niños, combaten el mal de ojo y tratan enfermedades simples.
HueserosEspecialistas en la restitución de huesos luxados, tratamiento de caídas y fracturas.
Seguidores y RastreadoresAprendices en diversas técnicas adivinatorias como la lectura de naipes, maíz, caracoles, hojas de coca y monedas.
Participantes en la MesaEl grupo de apoyo, usualmente familiares y amigos, cuya participación es crucial para el diagnóstico y la curación durante las ceremonias.

Es importante destacar que algunos niveles superiores pueden abarcar conocimientos de niveles inferiores; por ejemplo, muchos Maestros-Curanderos también poseen un vasto conocimiento en herbolaria y son rastreadores. Esta jerarquía es una aproximación para entender la diversidad de roles y poderes dentro del curanderismo.

La Formación de un Maestro: Iniciación y Conexión con lo Invisible

La formación y la iniciación de un curandero son procesos profundamente espirituales y rigurosos. En las culturas latinoamericanas, el “don” de curar es a menudo interpretado como un designio divino. Los futuros curanderos son identificados desde la niñez, mostrando dotes tempranas de clarividencia y predicciones. Casos como el del hijo de Rosario Neyra, quien predijo la caída de un toro, o Leopoldo Vilela, quien de niño “veía” instalaciones eléctricas abrazando piedras de cuarzo, son ejemplos de cómo las familias reconocen y fomentan estas habilidades innatas.

Los aprendices de curandero se adiestran en las prácticas, aprendiendo los secretos de las plantas y estableciendo vínculos con los espíritus de cerros y lagunas a través de pactos y alianzas, que les otorgan fuerza y poder. Gran parte de estos conocimientos se transmiten de generación en generación, de abuelos a nietos, o de tíos maternos, una forma de sucesión común en los Andes. Sin embargo, también puede darse el caso de que un curandero mayor elija a un aprendiz ajeno a su familia, pero que haya demostrado un talento excepcional desde pequeño.

La iniciación de un curandero implica técnicas precisas y severas, donde el propio cuerpo del iniciado (microcosmos) se convierte en un receptor del macrocosmos y de las fuerzas que lo animan. Es un proceso de autoexploración profunda que busca desvelar bloqueos personales, herencias familiares, culturales y colectivas. La enseñanza no es retórica ni se limita a cursos cortos; el Maestro-Curandero habla poco, controlando las experiencias del aprendiz para evitar que se pierda en los laberintos de su inconsciente o del tiempo-espacio mítico en el que se adentra. Es un autodescubrimiento logrado a través de técnicas que provocan modificaciones de estados mentales, permitiendo al discípulo percibir directamente aspectos de la realidad que escapan a la conciencia ordinaria, especialmente para aquellos que han perdido su conexión con la naturaleza. Estas técnicas buscan desarrollar las percepciones sensoriales más allá de lo fenomenal, revelando un mundo invisible y oculto, a menudo relacionado con la activación del hemisferio derecho del cerebro, asociado con la intuición y las capacidades adivinatorias.

El Maestro-Curandero no concibe la dualidad “cuerpo y mente” como la medicina occidental, sino que evoca el cuerpo como un receptáculo de la materialidad y la psique, y añade una tercera dimensión: el espíritu. Este último es inmaterial, trascendente y preexiste al cuerpo, no dependiendo de él. Para el curandero, el cuerpo es una manifestación localizada de la mente, donde pensamientos, afectos y emociones residen en el espacio-tiempo material. El espíritu, en cambio, es atemporal, carece de la noción de horizonte y perennidad, y sigue existiendo cuando el cuerpo y la mente desaparecen. La iniciación del curandero comienza trabajando sobre su propio cuerpo mediante técnicas empíricas, siendo el uso de sustancias psicotrópicas, como la Ayahuasca (Banisteriopsis caapi), una de las más prominentes.

La Ayahuasca, conocida como la “enredadera de las almas”, es un brebaje preparado con esta liana y otras plantas, consumido en rituales nocturnos, especialmente por los curanderos de la selva. Esta preparación es comúnmente llamada “purga” por su capacidad de desintoxicar y limpiar el cuerpo-mente. Su ingesta con fines curativos o iniciáticos está sujeta a reglas muy estrictas:

  • Períodos de aislamiento.
  • Ayunos y dietas específicas (sin grasa, carne, azúcar, ají, cebolla, ajos, entre otros).
  • Evitar la exposición al sol, la lluvia y el contacto con el fuego.
  • Abstinencia sexual.
  • Evitar olores fuertes.
  • Dieta sin sal.

Estos métodos no son meramente simbólicos, sino que expresan un profundo conocimiento de los riesgos y peligros de una intoxicación descontrolada, para lo cual existen técnicas preventivas y de emergencia. La ingestión de este brebaje induce nuevos estados mentales sin pérdida de conciencia o identidad, sino con una ampliación significativa de la conciencia, una superación del “ego” freudiano hacia un gran “ego impersonal” (el Ello), donde el mundo mítico se presenta con cualidades siempre distintas pero no ambiguas.

Desde una perspectiva científica, J. M. Mabit (2001) sugiere que las “pócimas”, peyorativamente caracterizadas como alucinógenas, permiten despertar y reeducar el hemisferio derecho del cerebro, el cual, al activarse, proporciona acceso a un conocimiento complementario de la realidad. Esta idea encuentra eco en investigaciones como la del Dr. Joseph T. Lurito, que revelan diferencias en la actividad cerebral entre hombres y mujeres al escuchar, sugiriendo que las mujeres, al utilizar ambos hemisferios, tienen una mayor capacidad de intuición.

El conocimiento de sí mismo para el curandero es, ante todo, un conocimiento de su propio cuerpo material y espiritual, también llamado cuerpo vital, astral o energético. La reintegración de la continuidad con el macrocosmos permite la comunicación con las energías, fuerzas, espíritus y genios que animan la naturaleza, las plantas, los animales y el mundo inanimado. Es el “espíritu de las plantas madre” el que enseña directamente al iniciado, introduciéndolo en un estado de compenetración afectiva donde el “lenguaje” de la naturaleza se vuelve comprensible.

El Trance y el Axis Mundi: Un Puente entre Mundos

En la cosmovisión occidental, se conciben dos realidades distintas: el mundo objetivo y material, y el mundo subjetivo y emocional. Sin embargo, para la cosmovisión indígena, estas dos dimensiones son una misma realidad, y los Maestros-Curanderos, Gurús, entre otros, tienen la capacidad de cruzar a voluntad la frontera invisible entre ellas. Esta concepción se relaciona con el Axis Mundi, un concepto que representa una escalera, puente, montaña, árbol del mundo o arco iris que comunica el mundo de los espíritus con el de los humanos. Para acceder a esta esfera, se requiere ligereza y rapidez, cualidades simbólicas de la inteligencia, la cordura y la trascendencia, o en todo caso, de la iniciación.

Josep Mª. Fericgla describe cómo el chamán practica el paso de una forma ordinaria de percibir la realidad a una forma no ordinaria, dialógica, a menudo mediante el consumo de enteógenos que inducen profundos trances extáticos. En contraste, Fericgla señala que los sacerdotes de las religiones judeocristianas, a lo largo de siglos, han dejado de practicar esta experiencia directa, sustituyendo el enteógeno sagrado helénico que inducía la conciencia dialógica del chamán, el Kykeon, por un placebo inocuo como el pan sin levadura que se usa en la actualidad.

Fericgla hipotetiza que esta sustitución del Kykeon por la hostia se fijó en el siglo VI, durante los concilios de Éfeso y Constantinopla, donde se decidió gran parte del futuro de las sociedades occidentales, estableciendo dogmas de fe, como la virginidad de María. Desde entonces, los sacerdotes católicos impusieron la creencia en la divinidad como un acto de fe, no como una experiencia directa y vivencial de realidades alternativas. Es probable que los primeros patriarcas cristianos aprendieran el uso religioso de sustancias psicoactivas de los antiguos griegos. Investigadores como Gordón Wasson, Hofmann y Ruck (1980), y Ott (1998, 1999) han señalado que los griegos clásicos usaban potentes sustancias enteógenas en los Misterios Eleusinos para inducirse ritualmente estados de muerte y resurrección, buscando contactar con sus dioses y vislumbrar el más allá.

En Eleusis, los iniciados, tras meses de preparación, ingerían el Kykeon en el templo de Telesterión, recibiendo visiones trascendentales inaccesibles al conocimiento racional. La prohibición de revelar los detalles de la iniciación era tan estricta que figuras como Alcibíades y posiblemente Sócrates fueron condenados por profanar estos misterios. Con el tiempo, el uso de enteógenos visionarios fue eliminado de los ritos cristianos, siendo reemplazado por la hostia y el vino, una sustancia más suave. Hoy, los sacerdotes católicos son los únicos que acceden a beber el vino de misa, sin compartirlo con sus feligreses.

Retomando el Maestro-Curandero, bajo la influencia de enteógenos o mediante otras técnicas (ritmos de percusión, ayunos, privación sensorial), puede contactar a voluntad con la dimensión oculta de la realidad. Mantiene su conciencia sincrónicamente despierta en ambas dimensiones, la mágica y la ordinaria, lo que lo diferencia de los médiums o poseídos, quienes pierden su voluntad en favor de los espíritus. El Maestro-Curandero viaja activamente hacia los espíritus y entidades, proyectándolos sobre el mundo externo para coordinarlos según su interés, controlando las entidades invisibles causantes de enfermedades o desórdenes, e incluso lanzando a sus espíritus aliados contra enemigos.

Desde una perspectiva psicológica, esto significa que el Maestro-Curandero accede a su inconsciente con una facilidad, dominio y control de sus propias pulsiones profundas, emocionales y arquetípicas, de las que carece la mayoría de los humanos. Desde esa parte profunda de la mente, reordena la realidad simbólica, emocional y factual en interés propio y de su comunidad. La cosmovisión curanderil concibe que la realidad no se limita a los objetos materiales que percibimos, ni que cada cosa existe aisladamente. Todo elemento de la realidad, material e inmaterial (personas, animales, vegetales, piedras, montañas, elementos meteorológicos, espíritus), está relacionado y es interdependiente. No hay otros mundos, sino que todos los mundos están en este, y hay que saber verlos.

El trance o éxtasis, definido como un estado psicológico de admiración, alegría y a veces enajenación, es central en estas prácticas. Desde una perspectiva teológica, se refiere a un estado de unión con lo divino a través de la contemplación y el amor íntimo, manifestado externamente por la suspensión de la actividad sensorial del mundo exterior. Este estado puede alcanzarse de diversas maneras, como la meditación del néctar en el budismo tibetano. El éxtasis puede clasificarse en místico y profético, curanderil, sexual y producido por plantas maestras. Mientras “trance” es un término más médico, “éxtasis” es más teológico y humanista, pero ambos comparten un significado similar, y muchos de estos estados son descritos como Experiencias Fuera del Cuerpo (OBEs).

El ritual es la culminación activa de una transformación simbólica de la experiencia. Actúa como una puerta al inicio y al final del trabajo, disminuyendo la angustia ante lo desconocido, incrementando la concentración, facilitando la relajación y modulando la ansiedad, el sentimiento de descontrol o la expresión de la rabia. Los estados profundos de conciencia o trance han sido descritos por grandes místicos y santos como el estado supremo de conciencia y el cumplimiento máximo de la existencia. En estos estados, un Maestro-Curandero trasciende las fronteras usuales del ego y se siente uno con el universo. Este estado se alcanza tras años o décadas de prácticas intensas de disciplina espiritual, preparación y abstinencia.

Experiencias como la “conciencia cósmica” o “experiencia pico” en occidente, Samadhi en yoga, y Satori en Zen, son descritas a veces como idénticas a los estados inducidos por el curanderismo y la meditación budista. Más allá de la realización personal, el Maestro-Curandero comparte su sabiduría con el mundo, enseñando, sirviendo, ayudando y curando. La tarea es primero abrirse a la experiencia de la iluminación, y luego traer esa luz y conocimiento de regreso para beneficio de todos.

La importancia del Maestro-Curandero en nuestro siglo es vital. Poseen una concepción dialéctica del mundo y del universo, fruto de una vivencia directa con la naturaleza y la capacidad de entrar en estados modificados de conciencia, incluso sin el uso de plantas enteógenas, para servir al prójimo. En un mundo occidental a menudo arrastrado por la violencia y el desequilibrio, el hombre moderno redescubre en el curanderismo la búsqueda de la belleza y la armonía de la naturaleza: la armonía entre el hombre y el mundo, el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, y la unión entre lo individual y lo colectivo. Es una sabiduría milenaria que hoy, más que nunca, ofrece caminos hacia una existencia más plena y conectada.

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